“Aprendí que amar significaba pegar, insultar, sufrir…. Pero por primera vez en mi vida me amo”

Hoy en día es mucho más fácil hablar sobre maltrato, violencia, abuso... Aun así, sigue siendo complicado levantarte y decir: “Ey, ¿sabes qué? Yo soy o fui una mujer/adolescente/niña maltratada, denigrada, humillada, golpeada, ignorada... En definitiva, no vista, ni escuchada, ni protegida, ni amada…”

Josune Alkorta, integrante del Comité en Primera Persona de Fedeafes

La violencia es una circunstancia que nos ha afectado a muchas personas ¿Te apetece hablar sobre ello? 

La palabra que escogería sería “necesito”. Necesito contar mi historia, ya que finalmente, ahora, sí puedo. Quiero hablar sobre lo sucedido, puesto que ahora soy consciente de todo. Siento que debo hacerlo, ya que ahora, me respeto y me amo. 

Hoy en día es mucho más fácil hablar sobre maltrato, violencia, abuso... Aun así, sigue siendo complicado levantarte y decir: “Ey, ¿sabes qué? Yo soy o fui una mujer/adolescente/niña maltratada, denigrada, humillada, golpeada, ignorada... En definitiva, no vista, ni escuchada, ni protegida, ni amada…” Pero sí, he de reconocer que esa fue mi realidad. 

Aprendí, desde que nací, que amar significaba pegar, insultar, humillar, ignorar, vejar, amenazar, sufrir, dar de lado, ser infeliz… Lo aprendí a hierro quemado, y lo hizo mío. Sin cuestionarlo, sin reflexionar sobre ello. A fin de cuentas era lo que vivía cada día. Hoy me gustaría compartiros una carta que escribí a mi niña interior, aquella que yo misma encerré en lo más profundo del olvido y que ha estado allí, hasta hace bien poco. 

CARTA A MI NIÑA INTERIOR 

¡Lo sé! Sé que estás muerta de miedo y que te cuesta hasta respirar. Estás escondida en la oscuridad intentando desaparecer, mas no lo consigues. Retienes la respiración, no sea que te escuche y suceda algo terrible. ¡No sea que te vea! 

Esta escena se repite noche tras noche; pareciera que fuera el día de la marmota. No veías el final de tu sufrimiento. 

¿Puedo acercarme? ¿Me dejas que me siente aquí, en la esquinita de tu cama? No voy a moverme de aquí, solo quiero sentarme cerca de ti. 

Sé que es difícil salir de tu escondite. Llevas mucho tiempo esperando a que la tormenta amaine, que no se vuelva a producir. Pero nunca sucede. Cada día se repite la escena en cuanto oís el motor del coche al llegar a casa. 

Aquí llega de nuevo, dejas de respirar, el pánico se apodera de ti. ¿Qué pasará? ¿Será alguien dañado? Con tu mirada sigues lentamente la figura de tu padre mientras atraviesa tu habitación. Todo está en penumbra para que sea más difícil que pueda ver nada. Ves la imagen a cámara lenta, parece que haya pasado una autéeeeeentica eternidad desde que abrió la puerta de la entrada para después cruzar tu habitación. 

El silencio se instaura en la casa. Aunque tus dos hermanos también se encuentran en casa, optan por hacer lo mismo que tú, desaparecer. Cada quién busca un lugar seguro donde escapar del peligro en alguna de las habitaciones. 

Solo tu madre permanece “en el otro lado”, en la cocina o en el salón. Cuando él traspasa el umbral de tu habitación puedes finalmente respirar un poquito y soltar la tensión. Pero ahora empieza otra odisea. 

En cuanto cierra la puerta comienza la guerra. Tu padre empieza a gritar y a decir barbaridades, insultos de todo tipo, amenazas, golpes no reconocidos… 

Te asustas sobremanera cuando empieza a dar puñetazos en la mesa de la cocina. Siempre lo hace, pero no por eso deja de ser terrorífico. Temes lo que pueda suceder entre ellos dos. A veces escuchas gritar también a tu madre. Normalmente él grita más fuerte y solapa el resto de sonidos. 

Toma mi mano, pequeña. Ahora estoy aquí para cuidar de ti. Ahora soy adulta. Voy a estar a tu lado. Ocuparme de que nadie te haga daño. Puedes confiar en mí, no voy a fallarte. 

Entiendo que sea complicado confiar aunque sea en mí, pero te prometo que haré todo lo que pueda para que te sientas segura, protegida, querida. 

Sé que sientes que nadie te ve ni te entiende, y tal vez en aquél momento fuera cierto. Ahora puedes dejar que yo me ocupe de ti, de tu miedo, de tu cuerpo congelado, de tu mirada retirada… 

Confía, confía, confía… aquí voy a estar siempre que me necesites. Solo tienes que pensar en mí y vendré. Una y mil veces. Las veces que hagan falta. Cuenta conmigo, yo ¡te quiero pequeña! 

 

¿Sientes que han quedado secuelas al pasar por esas experiencias? 

Clarísimamente, sí. Mi cuerpo no es como el cuerpo de otras personas que no han pasado por una experiencia de violencia intrafamiliar continuada. Mi cuerpo es un cuerpo herido, dañado, fracturado, ha estado muy enfermo, era un cuerpo no habitado. 

He vivido la casi totalidad de mi vida desconectada de mi cuerpo, de mi sentir, de mi respiración, de mis deseos, de mis quereres. Toda una vida desconectada, fracturada, congelada, disociada, abandonada... Sin saber quién soy, porque alguien que no tiene cuerpo, cómo va a saber quién es, qué quiere hacer/ser en la vida? Simplemente estaba en modo supervivencia. Me he querido tan poco, tan tan poco, que me he hecho daño de todas las formas habidas y por haber. No cuidándome. Comiendo mal, durmiendo mal, escogiendo trabajos que no quería hacer, relaciones tóxicas, vivencias dañinas, amistades peligrosas, parejas que me han maltratado.... Así está mi cuerpo tras 42 años de maltrato continuado, destrozado. Me he autoexiliado de la vida social, invisibilizado, porque ser visible suponía poner en peligro mi vida. 

¿Cómo te sientes en estos momentos?

Me siento, por primera vez en mi vida, orgullosa de mí misma. Por primera vez en mi vida, me amo. Por primera vez en mi vida, estoy abierta a recibir todo lo bueno que la vida me trae. Por primera vez en mi vida, disfruto profundamente de cada día que Dios me sigue regalando. Por primera vez en la vida, me tengo. Y cuando una se tiene a sí misma, el resto viene dado con facilidad, con gozo, con dicha y disfrute. 

¿Qué les dirías a aquellas personas que han sufrido violencia o la están sufriendo en estos momentos? 

Ámate, respétate, quiérete, márchate. Protege a tus hijos. ¡Pide ayuda, estamos contigo! 

¿Quieres añadir algo más? 

Quiero pedir que, por favor, nadie permita ningún tipo de violencia. Dejemos de pensar y de decir que eso son cosas entre la pareja, que son cosas de familia, que una bofetada a tiempo... ¡No! Absoluta y rotundamente, ¡no! Cuidemos y protejamos a los y las menores. Son nuestro tesoro, son de todas. Y a todas, como personas adultas, nos corresponde velar por su bienestar, libertad y felicidad. Visibilicemos la violencia a los y las menores. Os lo pido por favor, amemos y protejamos a nuestros niños y niñas. De no hacerlo, de mayores repetirán ese mismo patrón de maltrato hacia ell@s mism@s a través de sus vivencias y sus parejas. Eso es lo que yo he hecho. Durante 4 años y medio he convivido con una pareja que me maltrataba, y sigue intentando hacerlo, pero yo estaba ciega. Justificaba todo lo que me hacía y decía. Y mentía por él, le protegía de las personas que me querían abrir los ojos. Todavía me cuesta reconocerlo, porque, como no me pegaba, parece que eso no es maltrato; pero amigas, lo es. Y probablemente peor que el físico. Ya que los golpes al alma no se ven, pero se sienten y te destrozan la vida. ¡Gracias a Dios, se acabó! 

TODAS SOMOS UNA. MIL GRACIAS

Compartir esta entrada